dilluns, 10 de setembre del 2012

Retazos de arte de Madrid II: entre Hopper, Kirchner, Rafael y Murillo.

Hay tradiciones (aunque sean pequeñamente individuales) que pueden marcar el ritmo de un viaje o de un fragmento de vida. Como especie de gincana salir a correr pasa, por ejemplo, por deber llegar hasta el puerto, tocar la barandilla que te lleva a caer al mar y girar más tarde dando la vuelta a la bandera de la ciudad. Sin mar, cuesta correr... aunque la luna sea la misma.

Madrid se entiende si se callejea por sus barrios, más allá de aquello turístico, adentrándose por lo desconocido y, a ser posible, con guia autóctono que ayuda a olvidar lo andado y lo que quede por andar. Madrid se vive al tomar cañas (con limón) con sus tapas variadas de acompañamiento obligado. Ese es el Madrid que entiendo y vivo.
Es también la ciudad que, visita obligada, me enseña en una jornada si puede ser bien comprimida, las exposiciones que iluminan la ciudad. Es así como, aunque no sea bien temprano y después del debido café que enciende el cuerpo (más por su aroma que por su cafeína) el tren nos lleva, como no puede ser de otra manera, hasta Puerta del Sol.
Thyssen y sus horarios para empezar la ruta museística. Hopper con sus paisajes, sus casas inspiradoramente cinematográficas (que lo hubieran preguntado a Hitchcock sino), sus mujeres en interiores, su luz y ausencia que vive en cada milímetro pictórico.



Saliendo de Paseo del Prado hacia Recoletos, cruzando la calle Alcalá y viendo la Puerta de lejo, segunda parada: Kirchner. La Fundación Mapfre es una opción para no olvidar en estas escapadas y que se empieza a convertir en visita obligada en los últimos viajes a Madrid. Las obras de Kirchner hacen recordar lo esplendoroso de aquel mundo de vanguardia. El expresionismo alemán en sus mejores momentos, el citar a los que nos precedieron... Y es que se hace realmente imposible ver esos lienzos sin pensar en Matisse y compañía. Ver a la niña con el vestido a rayas verde y negro y su gato me hace sonreir.

Predominio pictórico, como no, en este viaje, pues la tercera y última parada nos lleva al Prado con Rafael, el último, claro. 37 años. Podemos llegar a recibir una cantidad indomable de información. De toda ella recordaremos algunas sensaciones y ciertos datos, la mayoría de los cuáles suelen ser los más anecdóticos. Rafael murió a los 37 años. Ni más ni menos. Ni un día más, ni un día menos. Murió el día que cumplía los 37. La exposición se dedica a los últimos siete añosde su vida, a la reflexión entorno al tema del taller, tema que me persigue e inquieta en los últimos tiempos. El gran maestro que dirige, corrige, retoca... Los discípulos, seguidores, colaboradores... los límites se difuminan. Giulio Romano i Gianfrancesco Penni son los pintores que siguen los pasos de Rafael dentro del taller en vida del de Urbino y fuera a su muerte. Obras realizadas en exclusividad por los dos últimos ayudan a matizar y suponer límites en las colaboraciones de las obras de Rafael.
Paseo por Murillo y sus trabajos sevillanos muy cerca del religioso Neve.
Antes demarchar no puedo más que aprovechar una última hora y media paseando de manera más aleatoria que guiada por la permanente empeando, como no, por mi XIX. Dosis de Greco, Velázquez, Goya y Rubens se hacen indispensables, dejándome atrapar por la Otra Gioconda que dicho sea... me sorprende volviéndome a recordar el misterioso mundo del taller conflictivo en el entorno de los grandes maestros...